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domingo, 30 de enero de 2011

La hierba cálida


Dos arcos tenían el puente, los cuales cubría la hiedra,
Dos ojos como serpientes, reptando en la noche negra,
Un río de agua cristalina, que en su recorrido besaba los campos,
Y en sus orillas, juncos y eneas, que cobijaba la fauna con sutil encanto.

Yo recuerdo ese puente, que siendo pequeña buscaba sus aguas,
El trinar de las aves, el crícrí, del grillo, y el croar de las ranas,
En pleno verano, con la solanera cruzaba los campos,
Buscaba el amparo y refugio del puente,
Y mis pies descalzos, se fortalecían en la tierra ardiente y pisando los cantos,

En mi memoria guardada, tengo yo tantos recuerdos,
Dormidos y aletargados, como lagarto en pleno desierto,
En mi largo recorrido, de niña a mujer, los tuve apartado,
Y ahora que estoy en el ocaso, que desciendo rápido los voy recordando,
En mi memoria, veo los reflejos en las aguas doradas,
Y ahora en mi puente, no beben las aves, ni cantan las ranas,

La hiedra está seca, y su cauce semeja una triste y gran mortaja,
Ya no hay niños en sus aledaños, que griten alegres, gozando sus aguas,
Ni madres lavando en el río, y extendiendo la ropa en la hierba calida,
El hombre todo lo destruye, buscando el poder sin pensar en nada,
¿Que dejaremos a nuestros menores?...
Si roto el legado de nuestros, ancestros, no nos queda nada,

Solo la desolación, de un ambiente infesto, y una tierra árida,
Indicio de malos modales, poca educación y malas entrañas,
Un día llegará que los niños, se sientan tan solos como en una jaula,
Sin poder disfrutar de los bosques, ni saber lo que son los ríos,
Ni escuchar el croar de las ranas.

Ana Olmo

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