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sábado, 8 de enero de 2011

Erase una vez


Erase una vez.

Erase una vez una familia muy pobre que tenia muchos hijos
Pero a pesar de su pobreza eran felices todos los hermanos se protegían entre ellos
Y si uno sufría otro lo consolaba, y si estaban en peligro siempre estaba el hermano mayor
Que los vigilaba, para que no se hicieran daño.

Sus papás trabajaban y ellos quedaban a l cuidado de los mayores.
Una vez un mendigo que iba pidiendo de casa en casa llamó a la puerta de la familia –
Y salieron a abrir todos los pequeños como si de algo curioso se tratara.
El mayor de los hermanos le dijo al mendigo que lo sentía, pero no podía ayudarlo-
Ya que ellos apenas tenían Pan para los pequeños, el mendigo se quedo mirando a la prole-
Con una amarga sonrisa, y le dijo al muchacho que lo entendía, que Dios proveería seguro.
Pasó la tarde y al caer la noche llaman a la puerta de nuevo, y el muchacho fue a abrir

Era el mendigo que entregó al muchacho cuatro trozos de Pan un poco de azúcar y un poco de aceite, le dijo que no había podido reunir más, y que lo daba para los niños que lo necesitaban más que el, el muchacho no sabia que hacer, pues su madre estaba en la cocina preparando la cena.
Consultó con su mamá y le explico lo sucedido por la tarde, a la mamá se le hizo un nudo en la- garganta y salió a conocer al mendigo, lo invitó a cenar le dijo que se guardara sus viandas
Por que ellos eran muy pobres pero tenían trabajo, y a el le podía hacer mas falta.

Desde ese dia toda la familia aprendió una gran lección, que siempre hay quien está peor que-
Uno mismo, y en cambio tiene un gran corazón, tierno y desprendido.
Esa noche en la humilde familia había un miembro más para compartir, reír y contar cuentos,
Fue una noche inolvidable para todos, y el mendigo cada semana pasaba a saludar a sus- nuevos amigo, y siempre llevaba para los niños unos palos de regaliz, que son unas raíces muy dulces que el mendigo sacaba de unas arbustos que el conocía.
Los niños esperaban al mendigo con impaciencia cada semana, pasaron siete meses y un dia el mendigo dejo de ir a visitarlos, pero los niños jamás lo han olvidado, ni a el ni su buen corazón.
Ana Olmo

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